El flamenco ha sufrido agresiones despiadadas a lo largo de su historia, como el movimiento antiflamenquista, o el que voy a tratar a continuación (muy someramente que para eso estamos en verano): la brecha entre lo gitano y lo no gitano. Una selección entre buenos y malos absolutamente dañina... ¿no hubiera sido mejor separar el grano de la paja en virtud de la categoría artística en vez de la raza?
Hubo un tiempo en que los artistas se reconocían por la altura artística de cada uno, en el que la personalidad cantaora era la bandera de cada uno. Y por artista no se entendía solo que alguien tuviera una voz bien timbrada, conocimiento, gusto, o habilidad en el escenario, no. Hoy estos valores pueden alcanzar para ser figura, pero en otra época, se necesitaba más, mucho más.
Uno de estos genios, que entonces fueron idolatrados, y a su muerte menospreciados, fue Manuel Vallejo. Sirva una crónica de La Verdad de Murcia, del 7 de julio de 1933, para acallar las -maledicentes- voces de ayer y de hoy. Vallejo canta, y Pastora le baila.