Hace unos cuantos años conversaba con mi amigo Antonio Reyes —uno de los cantaores principales de la escena de hoy— en torno a una idea que me rondaba la cabeza: lo complementaria que sería la unión de su cante y la guitarra genial de Diego del Morao. En aquel momento ya eran los grandes artistas que son hoy, pero incomprensiblemente, jamás habían trabajado juntos. Sin entrar en honduras, tenía claro que al cante de Antonio, gaditanísimo en esencia, pero con influencias jerezanas y sevillanas, le vendría muy bien el toque vibrante y sorprendente de Diego, tan apegado a la tierra como contemporáneo.
Exactamente el 11 de diciembre, de hace justo cinco años, nos citamos en Jerez. Fuimos a comer a Arturo y pasamos un rato inolvidable. Tras unas cuantas horas, marchamos a la peña Luis de la Pica, el antiguo colegio Carmen Benítez donde estudió —entre otros muchos— mi querido Fernando de la Morena. Y allí sucedió lo que estaba predestinado que pasara: Diego cogió la guitarra que había por allí, la afinó, y comenzaron los dos a comunicarse con su arte, como si se conocieran de toda la vida.
A partir de ahí, vendría lo que todos los aficionados conocen: su primera actuación en el Círculo Flamenco de Madrid, el disco en directo, y la estrecha colaboración entre ambos. Ese día me dio por grabar una mijita con uno de esos molestos móviles...